Conseguí un trabajo en Google nada más salir de la universidad: estas son las diez cosas que ojalá hubiera sabido antes de empezar mi carrera profesional

Charlene Lee
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Charlene Lee durante su etapa como directora de Producto de Google.
Charlene Lee durante su etapa como directora de Producto de Google.

Cortesía de Charlene Lee

  • Charlene Lee comenzó su trayectoria profesional como directora de Producto de Google y asegura que le hubiese gustado haber tenido una guía para saber cómo debía comportarse en el mundo laboral antes de conseguir su primer trabajo.
  • Lee comparte algunas lecciones que ha aprendido a lo largo de su carrera, como que en ocasiones es más útil gestionar tu energía que tu tiempo o que los ascensos muchas veces siguen un criterio completamente arbitrario.

Todavía recuerdo el día en que me llamó el responsable de contratación con una oferta de trabajo de Google. Me puse a bailar en mi dormitorio, celebrando lo que estaba por llegar. Conseguir un puesto en el famoso programa Associate Manager de Google era un sueño y todos los años dedicados a resolver problemas a altas horas de la noche y a hacer prácticas por fin estaban dando sus frutos. 

Sin embargo, a medida que pasaba el verano y se acercaba mi primer día, empecé a sentir una profunda inquietud y ansiedad. Abandonar la rutina de los estudios suponía un nuevo y abrumador tipo de libertad. Me imaginaba luchando por encajar y a la vez destacar entre personas mayores y con más experiencia que yo. No dejaba de soñar con una guía para entrar por primera vez en el mundo laboral. 

Ha pasado casi una década desde que recibí aquella llamada en mi residencia universitaria. Hoy me gustaría compartir algunas de las lecciones que desearía haber aprendido antes de empezar mi carrera, lecciones que ahora enseño a mi equipo. 

Este es el resultado de horas de conversaciones cara a cara, de libros y de pruebas de ensayo y error. Es la guía que me hubiera gustado tener a mí cuando empecé mi viaje. Espero que te ayude de la forma en que me habría ayudado a mí. 

1. Tu misión es encontrar un buen jefe

Uno de mis mejores jefes, Paul, pasó mucho tiempo conmigo al principio de mi carrera. No solo era genial porque hacía cosas que yo buscaba en un líder, como inspirar a otros con ideas audaces o elogiar a su equipo en lugar de a sí mismo. He tenido muchos jefes que también hacían eso (y que no lo hacían).

Paul era genial porque le encantaba enseñar. Hablábamos sobre muchas cosas, desde las más sencillas ("¿Cómo planteas un problema a un directivo?") hasta las más complicadas ("¿Qué deberías hacer con tu vida?"). 

Me enseñó a ser curiosa y a detectar señales de estrés, y a recomponerme si una reunión no iba como yo quería. Me enseñó habilidades y formas de pensar que un título universitario no te enseña. 

Oficinas de Google

Pero no conocí a Paul por casualidad. Al principio de mi carrera, escuché lo importante que era "tener un buen jefe", pero no tenía ni idea de lo que eso significaba. Supuse que alguien simpático y con un puesto fijo también gestionaba bien. También di por hecho que no podía escoger a mi jefe. Me equivocaba. Si quería un buen jefe, mi misión era encontrarlo. 

Empecé por reunirme con directivos a los que admiraba y ver si su forma de impartir conocimientos encajaba conmigo. En mi primera charla de 30 minutos con Paul aprendí mucho y, para mi sorpresa, él también me dijo lo mismo. Estaba claro que era un buen profesor, pero también que la relación era bidireccional. 

Aprender de él fue como una inversión, una inversión que sigue creciendo a día de hoy. Se lo debo todo al hecho de haber encontrado un gran jefe.

2. Marca tus valores en lugar de las casillas

Toda mi vida he funcionado como una persona que se dedica a marcar casillas. Entrar en la universidad, conseguir un buen trabajo, ascender y convertirme en directiva. Después de marcar una casilla, pasaba a la siguiente. Las cosas cambiaron cuando la siguiente casilla, como escribir un libro, empezó a entrar en conflicto con cosas que no estaban en la lista.

Tardé casi una década en dejar de obligarme a seguir el "camino correcto". De mis decisiones vitales más importantes, las mejores fueron las que tomé por instinto y no por lógica. Cursé una beca, trabajé en Asia y estudié chino. 

Esas decisiones las tomé en base a mis valores y no necesariamente pensando en lo que "tenía más sentido". Busqué estas experiencias para mejorar y devolver algo a los demás. En todos los casos, no sabía cómo repercutirían en mi carrera, ni siquiera si lo harían en absoluto. Solo ahora, cuando miro atrás, puedo atar cabos.

Era fácil seguir caminos que estaban bien iluminados pero que no eran para mí. Preguntarme a mí misma qué valoraba fue un reto porque significaba ser sincera sobre mi definición del éxito. A veces sigo lidiando con ese problema, pero cuando me quedo atascada, sé que debo revisar mis valores. Una vez que sé lo que me importa, puedo seguir el camino para conseguirlo.

3. Mídete con tu propio listón 

Cuando llevaba unos años trabajando en Google, decidí cambiar de puesto. Quería trabajar en un nuevo producto y trasladarme de Asia a Estados Unidos, pero hacerlo significaba renunciar a un ascenso. Fue un gran revés ver cómo mis compañeros ascendían y yo no. 

Aun así, seguí adelante, pero durante el año siguiente me preocupó haber frenado mi carrera. Durante un tiempo tuve la sensación de que sí, porque el siguiente ascenso estaba tardando en llegar. 

Pero los ascensos muchas veces siguen un criterio arbitrario basado en la definición de progreso de otra persona. Ojalá me hubiese dado cuenta antes de cuál era mi criterio y me hubiese recordado que debía seguir alcanzar mis propias metas. Me habría ahorrado muchas angustias.

Gracias a esa decisión, crecí profesionalmente trabajando en un producto que me encantaba y viviendo en Nueva York a los 20 años. Puede que a otros les pareciese un paso atrás, pero para mí, esa decisión me hizo avanzar tres pasos hacia adelante gracias a mi definición de progreso.

4. Planificar para aprender en lugar de planificar en exceso

Siempre he planificado demasiado las cosas. Solía trazar un plan quinquenal cada seis meses en una hoja de papel y llevárselo a mis jefes para hablarlo con ellos. Pensaba que la única forma de alcanzar mis objetivos era planificarlos paso a paso.

Pero el exceso de planificación me estresaba cuando, inevitablemente, las cosas no salían según lo previsto. Me tomaba cada fallo como una señal de que no había trabajado lo suficiente. Entonces intentaba corregirlo planificando aún más, cuando en realidad muchas cosas estaban fuera de mi control. 

De hecho, el exceso de planificación casi me llevó a no disfrutar de oportunidades inesperadas. Si me hubiese ceñido a mi plan original de ir a la escuela de negocios a los 26 años, me habría perdido trabajar en China y la integración del traductor de Google en Google Maps, que acabaron siendo las experiencias en las que más aprendí.

Por supuesto, la preparación y el autodescubrimiento son herramientas necesarias para planificar tu carrera profesional. Pero existe un equilibrio entre la planificación meditada y el exceso de previsión. Las trayectorias son largas y pueden dar muchas vueltas. 

En lugar de enfocar cada decisión como correcta o incorrecta, ahora utilizo mis valores para preguntarme: "¿Cuánto puedo aprender de esta oportunidad?".

 5. Dales a tus posibles padrinos una razón para ayudarte

A menudo me daba reparo —y a veces todavía me pasa— acercarme a personas a las que respeto y admiro. Veía a mis compañeros, más seguros de sí mismos, acercarse y presentarse a los altos cargos, mientras que yo, por defecto, me quedaba en mi asiento y daba por sentado que los directivos no me ayudarían porque no tenía nada que ofrecer. 

He dejado de contenerme al darme cuenta de que la ayuda puede adoptar muchas formas. En mi segundo año en el nuevo programa de posgrado de Google, quería informarme sobre posibles equipos a los que unirme en nuestra sede de Asia en Singapur. 

Para intentar ser útil, me ofrecí a colaborar en una newsletter interna que publicaba cada semana un ejecutivo llamado Jon. Aunque Jon no estaba reclutando personal en ese momento, esa relación me abrió las puertas de otro equipo.

 

Seguí ofreciéndome voluntaria para ayudar en cualquier cosa que me pareciera interesante o pudiese ser beneficiosa. Levanté la mano para dirigir una formación de desarrollo para la región, dirigí un viaje de estudios internacional, organicé desayunos del ERG —siglas en inglés de Employee Resource Group, grupos de empleados que comparten un propósito— para mujeres y organicé un hackathon

Dos años después, acabé uniéndome al equipo de Jon. Él me ayudó a conseguir una oportunidad para trabajar en Shanghai con un director que había conocido durante la formación que yo había organizado.

Al ayudar a la comunidad, entablé relaciones con gente como Jon, que se convirtió en uno de mis mayores padrinos y me llevó a alcanzar mi siguiente meta. Ahora siempre intento ayudar primero a los demás antes de intentar pedir ayuda yo misma.

6. Arriésgate y preséntate

A lo largo de mi carrera, me he preocupado por apoyar a las mujeres jóvenes, pero nunca solía darle publicidad. 

Me daba vergüenza compartirlo en redes sociales, pensando que era algo interesado y calculador, pero entonces vi cómo los compañeros que compartían su trabajo eran más eficaces en la consecución de sus objetivos porque la gente recordaba quiénes eran y los recomendaban a otros compañeros que estuviesen formando equipos.

Yo tenía una reputación, me gustase o no. Al quedarme callada, estaba construyendo una que, en el mejor de los casos, era neutra y, en el peor, fácil de olvidar. Me estaba saboteando a mí misma porque la gente no podría ayudarme en mi viaje si no sabían lo que estaba intentando hacer. 

Por fin me atreví a compartir lo que había aprendido sobre un escenario de la conferencia anual Women In Product y a publicarlo en Internet. Me sorprendió el interés que generó y los nuevos contactos que hice al arriesgarme y presentarme. Sigo dudando a la hora de exponer cosas en público (incluido este artículo), pero solo puedo tener el impacto que deseo compartiendo mi trabajo con los demás.

7. Trata a tu equipo como personas de carne y hueso

Me encanta tener las cosas resueltas. Al principio, me centraba en mi trabajo y asumía que la forma de trabajar de mis compañeros era la misma que la mía. Entonces me frustraba cuando no se quedaban hasta tan tarde como yo o no contestaban tan pronto como yo quería. Me arremangaba y hacía las cosas yo sola, pensando que así demostraba que era capaz.

Pero al no colaborar, estaba rehaciendo el trabajo y generando compartimentos estancos. Un compañero me dijo que, a pesar de mi ética de trabajo, podía llegar a ser como un "bulldozer". Me sorprendí y me sentí mal. 

Lo importante no era lo que hacía, sino cómo lo hacía con los demás. No me había ganado la confianza de mi equipo. No sabía nada de sus familias ni de lo que les preocupaba porque nunca les había preguntado

Pasé el año siguiente aprendiendo quiénes eran mis compañeros fuera de la oficina y más allá de sus objetivos laborales. Conocer a mi equipo como personas reales me ayudó no solo a sacar adelante el trabajo, sino a ser mejor compañera y mejor líder.

8. Gestiona tu energía, no tu tiempo

Muchos me han llamado "adicta a la productividad". Solía programar mis tareas en intervalos de 25 minutos siguiendo la técnica Pomodoro, lo que incluía responder a mensajes de texto, ir al gimnasio y leer las noticias. Mi rendimiento aumentaba, pero de algún modo sentía que tenía menos tiempo. Al final del día, mi energía estaba por los suelos. 

Entonces oí a Naval Ravikant, antiguo CEO de AngelList, decir que su prioridad número uno en la vida —por encima de su felicidad, su familia y su trabajo— era su salud. Entonces entendí la frase de "no se puede verter agua de un vaso que está vacío".

En ese momento, la energía y no el tiempo se convirtió en la moneda que empecé a ahorrar y a proteger antes de decidir en qué gastarla. Cosas para las que pensaba que no tenía tiempo —hacer ejercicio, pasear, socializar— se convirtieron en mis principales inversiones para recargar la mente y el cuerpo. 

Me di cuenta de las cosas inconscientes que hacía y que me estaban restando energía y ocupando un valioso espacio mental, como pensar más de la cuenta. Gestionar mi energía me ayudó a utilizar mi tiempo de forma más productiva y eficiente.

9. Deja claro qué es lo que buscas

Para uno de mis primeros productos, elaboré una presentación con datos y hechos sólidos sobre cómo aumentar la cuota de mercado. Mi jefa, Carissa, sentía curiosidad por algunas tendencias, pero también me preguntó: "¿Y qué?". 

A pesar de las muchas diapositivas con las que contaba la presentación, no había trasladado lo que quería que hiciese mi audiencia, que era el jefe de ingeniería de otro equipo. ¿Necesitaba que me ayudasen a conseguir más recursos o que aceptasen colaborar con nosotros? 

Al no decir claramente qué era lo que necesitaba, nada de lo que decía calaba en mi audiencia. Para que aceptasen mi idea, necesitaba que sintiesen que formaban parte del proyecto. Para que se entusiasmasen, tenía que contarles una historia que les motivara.

La calidad de mis ideas dependía de cómo los comunicase. Carissa no era capaz de hacer nada con lo que yo le decía porque no entendía lo que intentaba decirle, ni siquiera sabía por qué esa información era importante. Hoy en día siempre empiezo una presentación subrayando lo que quiero que hagan mis interlocutores, a diferencia de antes que comenzaba explicando lo que quería que entendiesen.

10. Celebra tus victorias

Hace poco revisé un proyecto de vida a cinco años que hice cuando tenía 23 años y me sorprendió que hubiese alcanzado la mayoría de metas que había en la lista. 

Cuando mi pareja, Marty, me preguntó bromeando si me había olvidado de mis logros, tuve que admitir que rara vez pongo en valor lo que he hecho. Como siempre he equiparado las celebraciones con la autocomplacencia, en lugar de celebrar mis victorias siempre me he marcado nuevos objetivos por los que seguir peleando.

Esta es la trampa del éxito, o lo que Dan Gilbert, profesor de Harvard, denomina "sesgo de impacto". Nunca vas a ser tan feliz como crees que vas a ser cuando alcances uno de tus objetivos porque la mente se adapta a tus circunstancias actuales. Esta "adaptación hedónica" generaba un ciclo interminable en el que me sentía insatisfecha con mis progresos y me sentía una impostora.

Cuando mi coach, Inbal, insistió en que celebrar mis victorias podía ayudarme a conseguir mejor mis objetivos me mostré escéptica. Al fin y al cabo, lo que me había llevado hasta donde estaba era mi constante determinación por conseguirlo. 

Un exreclutador de Google explica por qué todo el mundo "falla" en el paso vital de mandar un mensaje personalizado después de solicitar un puesto de trabajo.

Sin embargo, ella me enseñó que la celebración podía ayudarme a hacer una pausa y detectar patrones que luego podía recrear. Recordar cómo había triunfado en el pasado me ayudó a reforzar mi convicción para superar los retos actuales.

La celebración reflexiva no era autocomplaciente, sino una poderosa herramienta para sostener mi crecimiento a largo plazo. He aprendido a ser consciente de cuándo caigo en este ciclo implacable de búsqueda de la perfección. Ahora me pregunto si el "yo de hace una década" estaría orgulloso de cómo soy yo hoy y celebro que la respuesta sea afirmativa.

Al principio de mi carrera, algunas veces me sentía intimidada y apartada, pero me empecé a sentir menos sola cuando conocí a otras personas que estaban realizando el mismo viaje.

Cuando estaba reclutando personal en la universidad, mi hermano me dio una tarjeta con una cita de Ralph Waldo Emerson: "La vida es un viaje, no un destino". El inicio de tu carrera es el comienzo de tu viaje y espero que esta guía te ayude con el tuyo.

Charlene Lee es la fundadora de Material Change, una compañía en la que enseña habilidades profesionales a jóvenes empleados y nuevos directivos de organizaciones de todo el mundo. También es profesora a tiempo parcial y orientadora profesional en la Universidad de Duke.

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