Un año de inflación imparable: cronología de cómo se ha gestado la mayor escalada de precios de los últimos 40 años

Carrito de la compra empujado por un adulto



Hace ya un año que la inflación inició su ascenso imparable hasta cotas no vistas en los últimos 40 años.

Hoy, se ha convertido en la gasolina que incendia el bolsillo de los hogares, en el mayor quebradero de cabeza de gobiernos de todo el mundo, y en la causa de un invierno en llamas y del riesgo de recesión económica.

Septiembre confirma lo que viene repitiéndose en las últimas semanas; que la inflación ya empieza a tocar techo. Aún así, la cesta de la compra se encarece con fuerza: los precios subieron un 9%, según el avance publicado hoy por el INE.

Agosto de 2022 fue el primer mes en que la inflación empezó a pisar el freno. Aunque los precios se dispararon un 10,5% interanual, la subida fue algo menor que la registrada un mes antes. En julio, la cesta de la compra escaló un 10,8%, con una virulencia inusitada desde 1984.

La previsión es que la subida de precios continúe frenándose durante los próximos meses, aunque sólo sea por el efecto escalón, un fenómeno estadístico que se da al comparar los datos actuales con registros ya elevados del año pasado. 

Después de 3 meses seguidos con subidas por encima del 10%, la inflación se moderó en septiembre gracias al abaratamiento de la electricidad y la gasolina. Pero han sido muchos meses de inflación galopante hasta llegar aquí.

Capítulo 1: Sorpresa en la factura de la luz

Todo comenzó con el precio de la luz. En junio de 2021, cuando el Índice de Precios al Consumo (IPC) estaba en el 2,7% y todavía no poblaba los titulares, la factura de la luz alcanzó un máximo histórico. Ese mes, el Ejecutivo aprobó la suspensión del Impuesto sobre la producción de energía eléctrica, para tratar de contener la escalada.

Pero un mes después, volvía a ocurrir: julio de 2021 se convirtió en el mes con la factura de la luz más cara de la historia

Entonces, todavía no había guerra en Ucrania. Si el mercado eléctrico estaba al rojo vivo era principalmente por 3 razones: el aumento de la demanda de energía por parte de hogares y empresas tras el fin de las restricciones; la falta de inversión en energías fósiles, que ha desembocado en una menor oferta; y el encarecimiento de los derechos de emisión de CO₂ de las empresas. 

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Conforme pasaba el verano, la factura de la luz siguió subiendo, hasta convertirse en la noticia con que abrían los telediarios día tras día, y en la gran preocupación de los hogares de cara al invierno. 

En septiembre de 2021, hace justo un año, la inflación superó el 4% de subida, empujada por la electricidad y los combustibles, que se encarecieron más de un 40%. Ese mes, el Gobierno decidió cortar por lo sano y aprobó el primer plan de choque para rebajar el precio de la electricidad

El Ejecutivo calculaba que, con las medidas aprobadas, la factura de la luz se reduciría en un 30%. La rebaja del IVA de la luz se notó en la factura, pero la escalada de precios continuó. En octubre, la inflación subió un 5,4%, la tasa más alta desde los años 90.

 Capítulo 2: "Puede que no sea un fenómeno transitorio"

Para entonces, a pesar de llevar meses de escalada de precios a tasas inusualmente altas, los bancos centrales aseguraban que la inflación era un fenómeno temporal que se esfumaría como llegó. 

En noviembre, con una tasa en el 5,5%, el Banco de España situaba la inflación como una de las 2 grandes amenazas que ponían en riesgo la economía, pero seguía considerándolo algo transitorio que duraría, por lo menos, hasta mediados de 2022.

No fue hasta diciembre, cuando la subida de precios escaló al 6,5%, la tasa más alta en 30 años, que el Banco Central Europeo (BCE) reconoció que la inflación "quizás no era tan transitoria" como había pronosticado inicialmente.

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Sin embargo, no tomó cartas en el asunto. Subir tipos entonces habría sido la fórmula ortodoxa para embridar la escalada inflacionaria, pero una subida de tipos de interés sería como echar un jarro de agua fría sobre la economía, y los países europeos estaban en plena recuperación tras el batacazo del COVID-19. El BCE eligió crecimiento económico, pero a costa de una mayor inflación futura.

Capítulo 3: La guerra en Ucrania, golpe de gracia

Pero entonces nadie contaba con una guerra a las puertas de la Unión Europea. La invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, fue el golpe de gracia para las economías europeas

Si en enero la inflación había caído al 6,1%, en febrero volvió a dispararse al 7,6% y en marzo se dinamitó al 9,8%. No se veía algo igual desde mayo de 1985. Según estimaciones del Ministerio de Economía, un 73% del alza se debía al impacto de la invasión de Ucrania sobre los precios de la energía y los alimentos.

Entonces, la inflación subyacente todavía no era un problema. Pero acabó siéndolo. En enero, la tasa subyacente se encontraba en el 2,4%. Este índice mide cuánto se han encarecido de media los productos sin tener en cuenta la energía y los alimentos no elaborados, las dos partidas que más se encarecen. 

Si la inflación subyacente aumenta, significa que la tormenta de costes se está trasladando a precios finales de los productos, y eso es el primer síntoma de alarma de que la inflación se está incrustando en la economía. Afortunadamente en septiembre, este índice se ha moderado al 6,2%, desde el 6,5% al que llegó en agosto.

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Capítulo 4: Un bálsamo para calmar la ola de malestar social

Manifestación del sector de los transportistas en Madrid el 25 de marzo.
Manifestación del sector de los transportistas en Madrid el 25 de marzo.

Reuters

La vida se encarecía a pasos de gigante, pero el dinero que entraba en los hogares no cambiaba. En marzo, la inflación llevaba meses agujereando el bolsillo de las familias, pero los salarios no crecían al mismo ritmo. 

El resultado fue una pérdida brutal de poder adquisitivo palpable en el supermercado, en la factura de la luz, en el ticket de la gasolinera... Y la gran ola de malestar social fue gestándose

De la pandemia a la guerra: cronología de cómo se ha gestado la gran ola de malestar social

En marzo, el Índice de Confianza del Consumidor tocó mínimos no vistos desde la pandemia, según el CIS. Ese mismo mes, comenzaron las protestas de los transportistas.

El Gobierno lo vio venir, y tardó un abrir y cerrar de ojos en anunciar una rebaja de 20 céntimos por litro al echar gasolina. Una medida que no sólo no era progresiva ni redistributiva (favorece más a los ricos), sino que encima supone que te dan dinero por emitir CO₂. Pero, al mismo tiempo, no aplicarla podría haber tenido consecuencias peores en términos de descontento social. 

Junto a esta medida, el Gobierno aprobó un plan de choque para afrontar las consecuencias de la guerra en Ucrania en hogares y empresas, con medidas como el límite del 2% a la revalorización de los alquileres y 6.000 millones de euros en ayudas directas. Era un bálsamo para el malestar. Y funcionó.

Capítulo 5: A las puertas de la recesión

Las medidas del Gobierno sirvieron para amortiguar el mordisco de la inflación, pero sólo parcialmente. 

La cesta de la compra se moderó en abril y mayo, pero los precios volvieron a estallar en junio, y en julio alcanzaron la mayor tasa vista desde 1984, con una fuerte subida del 10,8%. Pero según datos del Ejecutivo, sin las medidas anunciadas, la inflación habría escalado por encima del 13%.

En julio, de hecho, ya no era la electricidad la que tiraba de precios, sino los combustibles (gasolina y gas, en máximos), y otras partidas contagiadas por meses de alza de costes, como los hoteles o los alimentos.

Ese mismo mes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, salió a calmar las aguas con un nuevo paquete anti-inflación, que incluía desde impuestos a los beneficios de energéticas y bancos, hasta la prórroga de medidas anteriores, más ayudas y abono de transporte gratuito.

Mientras tanto, la escalada de la inflación subyacente se convirtió en la nueva gran preocupación. Del 2,4% de enero ha pasado al 6,5% de agosto, la mayor subida registrada desde 1993, lo que indica que la inflación podría haberse incrustado en la economía. 

Hasta ahora, los gobiernos habían tratado de amortiguar el golpe inflacionario a base de política fiscal. Pero se trataba de medidas que tapaban la herida, no la curaban. Frenar a toda costa una inflación descontrolada era una cuestión de política monetaria, y los bancos centrales habían mantenido las manos atadas por miedo a enfriar el crecimiento.

La escalada de precios sostenida en el tiempo y en su virulencia puso contra las cuerdas al Banco Central Europeo (BCE), cuya misión, como garante de la estabilidad monetaria, era mantener la inflación en el 2%.

El BCE elige el mal menor: la histórica subida de tipos sirve para ganar margen en caso de recesión severa

El BCE tenía que elegir: encarrilar la inflación antes de que fuera demasiado tarde subiendo tipos (a costa de frenar el crecimiento económico) o dejar que la economía continuara recalentándose sin subir tipos (a riesgo de caer en una peligrosa espiral de precios, en estanflación o incluso en recesión).

Con unos precios más de 7 puntos porcentuales por encima del objetivo del 2%, el BCE pisó el acelerador: anunció una nueva subida de tipos del 0,75% en septiembre. Se trata de la mayor subida de tipos en la historia de la zona euro, y se suma a la del 0,5% aprobada en julio, que ya sorprendió por ser el doble de lo anunciado inicialmente. 

Con una recesión en el menú de los próximos meses, el dilema ahora pasa por que más vale contener la inflación cuanto antes y crear suficiente colchón subiendo los tipos, por si hace falta bajarlos de golpe en caso de recesión severa.

El Banco de España pronostica que la inflación general se desacelerará desde el 7,2% en 2022, hasta el 2,6% en 2023 y el 1,8% en 2024. Pero todo depende de cómo evolucione todo un cóctel de variables inciertas, como la guerra en Ucrania, los efectos de la subida de tipos o el impacto de una posible recesión.

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